Alumnos, amigos y colaboradores recuerdan al neurofisiólogo y psicólogo mexicano con motivo de un reciente documental sobre su misteriosa desaparición en 1994
Para los chamanes, Jacobo Grinberg era un científico. Y para los científicos, un chamán. Fue desde muy pequeño un niño que miraba al cielo. En una de las más reveladoras imágenes del reciente documental sobre su desaparición, hace casi cuarenta años, El misterio del Dr. Grinberg, se observa a un grupo de niños mirando hacia la cámara. Todos, excepto uno de ellos: Jacobo, que tiene la mirada clavada hacia arriba sin que nada a su alrededor lo distraiga. Grinberg dedicó los últimos años previos a su misteriosa desaparición en 1994 a nutrir su teoría Sintérgica (término que une dos palabras: síntesis y energía) que ha seguido vigente en manos de sus seguidores, que ven en él a un mito envuelto por el humo de su desaparición que no hizo más que agrandar la leyenda del científico-chamán.
Jacobo Grinberg era, sobre todo, un observador excepcional. Así lo han descrito algunas de las personas que le conocieron: analítico, estructurado y con una mente privilegiada. Nació 1946 en una familia judía en México y a los 12 años, siendo el mayor de tres hermanos, se hizo cargo del cuidado de su madre, que moría lentamente de cáncer. En distintos testimonios recabados tras su desaparición, sus hermanos, Gerardo y Nathan, relatan la posible ambivalencia que habría sentido Grinberg en esa época. Un deseo irrefrenable por ser niño, con cierta hiperactividad, astucia y facilidad para meterse en problemas, y al mismo tiempo el sentimiento del deber por hacerse cargo de su madre, a quien, además, amaba demasiado.
Esa es parte de la experiencia de vida que ha mencionado Ruth Cerezo para describir su personalidad. Ella fue una de las alumnas y colaboradoras de Grinberg durante el tiempo de vida del laboratorio en la UNAM, por el que pasaron varias generaciones de estudiantes. Grinberg ya tenía fama de “esotérico” cuando una joven Cerezo llegó al laboratorio sin tener mucha idea de lo que quería hacer. Al tercer día ahí, le preguntó qué era exactamente lo que debía hacer: ‘Y yo qué sé. Tú eres una investigadora más aquí, así que elige algo de todo lo que hacemos y haz lo que quieras’, le dijo. “Eso me cambió la vida”, relata convencida. Grinberg, cuenta Cerezo, salía y entraba del laboratorio, juntaba a sus alumnos un día de la semana para enseñarles a meditar y otro día se reunía con ellos para verificar el trabajo que estaban realizando. Compraba habitualmente boletos de la lotería y hacía dietas que no terminaba.
Con los alumnos, el dinero también comenzó a llegar. Y con ello, las máquinas y herramientas que el equipo requería para hacer experimentos y pruebas en las que observaban, principalmente, cómo reaccionaba el cerebro humano a distintos estímulos. Ruth Cerezo asegura que es necesario desmitificar a Jacobo Grinberg. “Era una persona normal, algo neurótico con el trabajo, pero de una calidad humana excelente”, cuenta. Fue a ella, a quien un día por la mañana, y un tanto preocupado por el futuro de su entonces aprendiz, le extendió el primero y quizá el único nombramiento oficial como investigadora asociada del Instituto Nacional para el Estudio de la Conciencia (INPEC), que Cerezo conserva en una hoja de color sepia por el tiempo, con la firma y la letra del científico, fechada el 20 de enero de 1993.
Manuel Delaflor llegó al científico a través de un libro que encontró a finales de los ochenta. Se convirtió en uno de los colaboradores y amigos más cercanos de Jacobo. Lo describe como un hombre cuya mente estaba siempre “a mil por hora” estuviera o no rodeado de gente. “Era una persona amable, amorosa, pero al mismo tiempo solía ser muy eufórico. Tenía un carácter fuerte. Su tiempo estaba dedicado al laboratorio, a escribir y a su hija. Esos eran sus tres grandes intereses”, recuerda.
Estusha Grinberg, la única hija de Jacobo, mantuvo durante los años siguientes a la desaparición de su padre, una constante aparición pública en medios en los que, aprovechando su proyección como cantante, compositora y productora, pedía que la gente continuara dando información si es que lo veían. Es difícil separar la presencia, la teoría y el legado de Jacobo, del sonido, las imágenes y las sensaciones que produce la música de Estusha. En el videoclip de la canción Aportua, aparece incluso un retrato de su padre escondido entre las hojas de un árbol, mientras ella canta y lo descubre con sus manos. “Hicimos este video con mucho amor y mucho respeto por el pueblo Cora de Nayarit. (…). Gracias a mi padre por estar ahí, de alguna forma”, se lee en la descripción.
Pachita, la chamana que le cambió la vida
Cuando Grinberg conoce a Bárbara Guerrero, Pachita, la chamana mexicana que se hizo famosa en el mundo por curar con sus manos y sanar enfermedades incurables, su vida dio un vuelco. Lizette Arditti, exesposa de Grinberg y madre de Estusha, ha recordado, en una entrevista al sitio Enlace judío de México, la forma en la que, tras visitar a la mujer, Jacobo llegaba sobrepasado a casa. Acostumbrado a “desmentir” o analizar lo que otros chamanes presumían hacer. Pero con Pachita, todo se desmoronaba: “Nos contaba lo que había pasado y tú veías cómo el hombre estaba bastante impactado. ¿Qué le pasa a un científico, además muy riguroso, que de repente se encuentra con un hecho así? Obviamente, él, desde todo su bagaje científico y de todo lo que él investigaba en ese momento de la conciencia y del cerebro humano, quería explicarse lo que estaba viendo”.
En una de sus apariciones en la Televisión española, rectificaba él mismo su impresión ante la leyenda que representaba ya Pachita: “Yo soy un científico, tengo un laboratorio, estudio la actividad cerebral, la fisiología cerebral y me invitaron a conocer a esta mujer Pachita y a sus operaciones y lo que yo vi ahí, en principio, contradecía todo concepto y todo conocimiento que yo tenía acerca de la realidad. Y a mí lo que me enseñó es que yo no puedo decir cuál es el límite de la capacidad humana”.
El misterio del Dr. Grinberg
En agosto de 2010, el cineasta español Ida Cuéllar estaba en Amatlán, una comunidad en el municipio de Tepoztlán, a poco más de 90 kilómetros de Ciudad de México, cuando una mujer le contó la historia de “uno de los más grandes científicos mexicanos” que probablemente había sido secuestrado por la NASA. Cuéllar, atraído y fascinado por temas relacionados con la energía, el universo y la “magia”, escuchó atento. Un año después, en agosto de 2011, comenzó a filmar. “Ni siquiera me había dado cuenta de que un día antes de que esa señora me contara la historia de Grinberg, yo me había comprado un libro de él, sin saber absolutamente nada del autor”, relata.
Pasaron casi 10 años para que Cuéllar y un reducido equipo de colaboradores terminaran de grabar. La pandemia obligó a retrasar su estreno en salas de cine, y las primeras exhibiciones se dieron de forma virtual en distintos festivales. En México, se estrenó en el festival de cine de Guanajuato, con “un buen recibimiento”. Actualmente, el documental El misterio del Dr. Grinberg, lleva más de diez semanas exhibida en distintas salas de cine de la capital mexicana. Para Cuéllar, el caso Grinberg es uno de esos misterios con los que, dice, se tiene que aprender a vivir. “Era un personaje bisagra entre dos mundos: el mundo de la magia y el mundo nuestro, mucho más materialista”, cuenta.
Sobre su desaparición se han contado versiones de todo tipo. Manuel Delaflor no coincide en seguir hablando desde esa perspectiva, y prefiere que se cuente ahora sobre el conocimiento que dejó y de la posibilidad de que el INPEC reabra sus puertas próximamente. “Me niego a especular, o a decir que si la CIA, que si estaban investigando cosas que no le convenían a alguien. No va por ahí, la desaparición de Jacobo es tan triste y tan dramática en un país como México en el que desaparecen a diario cientos de personas”.
Jacobo Grinberg desapareció, sin dejar rastro, en diciembre de 1994. Ruth Cerezo ha relatado la forma en la que su laboratorio se fue quedando vacío y los estudiantes, sumidos en la incertidumbre, dejaron de asistir. Y cómo en mayo de 1995, cuando la familia da finalmente aviso a las autoridades, comienza un camino largo entre el desmantelamiento de su laboratorio, hasta la aparición del policía Clemente Padilla para investigar el caso. Cerezo recrimina la actitud de la UNAM ante la desaparición: “Me fui muy enojada con la facultad porque no lo buscaron, no le pusieron énfasis, no le pusieron interés, era su compañero, de algunos era su amigo. Y a los estudiantes que querían continuar con las investigaciones no los dejaron”, sentencia.
En una entrevista realizada a Gerardo Grinberg, hermano de Jacobo, asegura sobre su hermano: “Él quería llegar a la mente humana, a Dios, al espíritu. Quería encontrar esa fuerza que te da el cuerpo, de donde viene, no sabemos de donde viene toda esa fuerza que nos hace movernos y que de repente un día se escapa y se va. Jacobo quería encontrarlo”.
Manuel Delaflor sigue soñando con él, cuenta que lo ve en su laboratorio, y que le pregunta en dónde ha estado todo este tiempo. En su sueño recibe siempre la misma respuesta: “Tenía cosas qué hacer”.
Fuente: elpais.com