El turismo de masas y las huestes del palo selfie han transformado la manera de visitar el mundo. Y también, por supuesto, las prioridades de los museos. La revolución, la modernidad, ya no pasa tanto por innovar en el relato de la ordenación de las colecciones, como en los años noventa, sino por algo tan prosaico como la mejora de una experiencia masificada y cada vez más insoportable. La Galería de los Uffizi en Florencia es casi tan famosa por sus obras de Botticelli y Leonardo como por sus colas. Lo mismo le sucede a los Museos Vaticanos en Roma y a tantos otros centros culturales, convertidos en una tortura emocional y climatológica cuando toca esperar más de dos horas a la intemperie. La vida, piensan ahora en Florencia, es demasiado corta para consumirla en una cola.
Cuando Eike Schmidt (Friburgo, 1969) aterrizó en 2015 en los Uffizi, el museo más visitado de Italia (3,4 millones al año), decidió dedicar parte de su esfuerzo a cuestiones del entorno artístico. Era el primer director extranjero de la historia del museo, que no tenía ni página web, y vivía de su leyenda. Primero estableció un sistema variable de tarifas. La temporada alta y la baja no podían costar lo mismo. Eso ayudó. Luego, reordenó la colección e hizo las reformas para regular los flujos de visitantes, a menudo, colapsados delante de obras como La Primavera de Botticelli o la Venus de Urbino de Tiziano. Pero quedaba la peor propaganda que se hacía a sí misma.
El pasado domingo se probó por primera vez un sistema basado en un algoritmo que recoge información científica —como el tiempo de visita medio, la capacidad de las salas, la época del año y la comparativa histórica…— y social. Este apartado es el que le confiere viveza a la máquina, ya que basa su predicción de espera en asuntos como la meteorología, el impacto de determinadas exposiciones temporales o el perfil de los visitantes.
Cuando el sistema se ponga en funcionamiento definitivamente (esta es una versión beta que ha sido testada con los 7.561 visitantes del pasado domingo), nunca más habrá colas. Cada visitante recibirá a su llegada una cita horaria, con un margen de error de 15 minutos, lo que permite aprovechar el tiempo en otros asuntos. De hecho, la galería Pitti, ha aumentado este fin de semana ya un 22% sus visitas. “La gestión de las colas es una ciencia exacta, basada en las estadísticas, la estructura de gestión, la informática… Pero también es una ciencia social, que no tiene que ver con moléculas sino con grupos de personas que se comportan de manera distinta en función del entorno. Hemos podido trabajarlo para tener un modelo estadístico predictivo muy preciso, pero habrá casos en los que no hemos pensado todavía”, advierte Schmidt.
Un 3% pasa cuatro horas
Visitar los Uffizi no será como pedir la vez en la carnicería. La precisión horaria es fundamental para que no vuelvan a formarse colas de gente que espera un turno equivocado. “Hemos analizado el comportamiento de los visitantes fuera, pero también dentro. Hemos visto cuáles son sus estrategias cuando visitan el museo, cómo se agrupan. Cada día hay grupos que pasan 40 minutos en el museo o menos. Quiere decir que entran, se hacen una foto y salen. Luego hay un 3% de visitantes que pasan más de cuatro horas, llegan por la mañana y se van por la tarde. Pero la mayoría pasa entre dos y tres horas. Y eso es un dato muy reconfortante. Habitualmente se piensa que el turismo de masas es superficial, pero no es así”, apunta Schmidt.
El sistema ha sido ideado por un equipo de la Universidad de L’Aquila dirigido por Henry Muccini, presidente del Programa de Estudios de Informática. El objetivo, asegura, no es solo optimizar el uso. “Se trata también de crear sostenibilidad en el turismo. Redistribuye la carga de visitantes, aumenta la calidad de la visita y mejora la visibilidad de la ciudad internacionalmente”. Además, apunta, hay un elemento de seguridad incontestable. “Una cola, lamentablemente, es un objetivo terrorista clarísimo”.
El riesgo de eliminar las filas va implícito en el ADN del turismo de masas. Si no hay gente esperando en la puerta, ¿valdrá la pena lo que hay dentro?
Fuente: elpais.com