No se parecen a ningún organismo actual y podrían ser parientes de los artrópodos modernos
Misteriosas formas de vida oceánicas existieron en nuestro planeta antes de la aparición de los dinosaurios, hace aproximadamente unos 460 millones de años, y no se parecen a ningún animal vivo en la actualidad. Las criaturas, que no tenían ojos y se propulsaban gracias a sus aletas redondeadas, podrían ser un eslabón evolutivo intermedio entre dos tipos de organismos distintos y marcarían un punto importante en el desarrollo de los artrópodos actuales.
Una nueva investigación internacional liderada por científicos de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, y la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, ha arrojado luz sobre algunas de las criaturas oceánicas más extrañas que existieron en nuestro planeta en el Período Ordovícico, 40 millones de años después de la explosión del Cámbrico, aproximadamente hace 460 millones de años. Los nuevos fósiles descubiertos no se asemejan a ninguna forma de vida actual, pero podrían tratarse de antepasados nunca antes identificados de los artrópodos.
Una explosión de formas de vida, previas a los dinosaurios
Algunos de los fósiles más “populares” de la explosión de vida animal que tuvo lugar en el Cámbrico, hace más de 500 millones de años, son completamente diferentes a sus parientes actuales. Es el caso de la Opabinia, una misteriosa criatura de cinco ojos, o del depredador Anomalocaris, con llamativas piezas bucales y apéndices espinosos. Estas especies, a pesar de su rareza, ya han sido reconocidas como ejemplos extintos de la evolución que dio lugar a uno de los filos animales más numeroso e importantes de la Tierra: los artrópodos. Vale recordar que en la actualidad este grupo incluye a especies como cangrejos, arañas, escorpiones y ciempiés, entre otros.
Ahora, un nuevo estudio publicado recientemente en la revista Nature Communications informa del hallazgo en la zona de Llandrindod Wells, en Gales, de fósiles de criaturas oceánicas aún más extrañas, pero con similitudes con Opabinia y los organismos del Cámbrico. Sin embargo, pertenecen exactamente al Período Ordovícico, que tuvo lugar aproximadamente 40 millones de años después del Cámbrico. Aunque los científicos aún no han podido catalogar con exactitud a estos fósiles, tienen algunas pistas importantes que podrían aclarar el desarrollo evolutivo de los artrópodos.
Semejanzas y diferencias
De acuerdo a una nota de prensa, entre los fósiles desenterrados hay dos restos inesperados y especialmente llamativos: el espécimen más grande mide aproximadamente 13 milímetros, en tanto que el más pequeño llega solamente a los 3 milímetros. Los ejemplares de Opabinia, en cambio, eran 20 veces más largos. Estudios exhaustivos revelaron detalles adicionales de los nuevos especímenes: algunas de estas características también se encuentran en Opabinia, como patas triangulares y blandas para interactuar con el sedimento o una cola con aspas en forma de abanico.
A pesar de esto, otras características reconocidas en los nuevos fósiles, como protuberancias en la cabeza o la presencia de espinas en la probóscide (un órgano bucal en forma de trompa), no se conocían en Opabinia, en otras especies del Cámbrico ni en otros organismos. También confirmaron la ausencia de ojos y la presencia de aletas redondeadas como medio de propulsión. En principio, los científicos insinuaron una posible afinidad con los radiodontes, un orden extinto de artrópodos troncales que se desperdigaron por todo el mundo durante el período Cámbrico.
La evolución de los artrópodos
Posteriormente, concluyeron que los nuevos fósiles del Ordovícico deberían ser considerado verdaderos opabínidos, o sea integrantes de la misma familia de Opabinia, aunque los primeros fuera de América del Norte y los más jóvenes, por 40 millones de años de diferencia. Al parecer, la especie descubierta habría evolucionado a la par de los radiodontes y de especies como Opabinia, aunque con características propias que lo ubican como un eslabón desconocido en la evolución de los artrópodos.
Hasta el momento, el grupo de investigadores liderado por el Dr. Stephen Pates y la Dra. Joanna Wolfe solamente pudo definir y nombrar al fósil más grande, denominado como Mieridduryn bonniae. El espécimen más pequeño sigue desafiando a los científicos: aún no han podido resolver si se trata de otra especie nueva o, en su defecto, de una variedad de Mieridduryn bonniae. En cualquier caso, los hallazgos constituyen una nueva e importante pieza en el rompecabezas evolutivo de los artrópodos.
Fuente: Tendencias21