Hace 15.000 años, cuando el Homo sapiens se había quedado como única especie humana en el planeta, en la costa mediterránea de la península ibérica nuestros ancestros pasaban el rato domesticando a los primeros perros y cazando conejos. Mientras tanto en Cantabria, la cueva de Altamira aún no se había derrumbado (atrapando y preservando en su microclima las pinturas de la catedral paleolítica) por lo que es probable que se siguieran usando sus paredes como mural para la historia. En fin, hace tanto de aquel tiempo olvidado, que en mi Asturias natal aún rugía el león de las cavernas, eso lo dice todo.
Al mismo tiempo, en la meseta tibetana, en algún punto de sus innumerables glaciares, el hielo atrapaba a millones de organismos microscópicos, que a fuerza de ser enterrados por miles de años de nevadas y lluvias heladas, acabaron ocultos a decenas de metros bajo la superficie.
Hace apenas un lustro, un equipo de investigadores de los Estados Unidos y China, taladraron en uno de esos glaciares alcanzando profundidades de 50 metros, y extrayendo testigos de hielo que contenían muestras de la vida microscópica de aquel remoto pasado.
La semana pasada se hizo público el borrador del trabajo de estos investigadores, que podéis consultar en bioRxiv, ya que aún no ha sido revisado por pares y por tanto no se ha publicado en ninguna revista científica por el momento.
El borrador anuncia que los testigos de hielo datado hace 15.000 años incluyen información genética de 28 grupos virales que son completamente novedosos para la ciencia. Es especialmente interesante que se realice ahora este trabajo, porque el calentamiento global está acabando poco a poco con todas las masas heladas del planeta, por lo que todo ese “tesoro” genético de otro tiempo podría perderse. En realidad, ni siquiera conocemos todas las especies microscópicas que viven en la actualidad, pero esa es otra historia.
Encontrar microbios de hace 15 milenios es sumamente difícil porque la biomasa encontrada en los testigos de hielo es muy escasa. Y además, si no se manejan con las debidas precauciones, el material genético podría contaminarse con muestras actuales. Para evitar este problema los testigos siguen un protocolo especial que se efectúa en una sala a -5 ºC de temperatura.
En esa sala, los técnicos usan una sierra para rascar alrededor de medio centímetro de grosor en el borde perimetral del testigo, que tiene forma cilíndrica, para de este modo eliminar los contaminantes superficiales. Tras eso, se lava el testigo dos veces, primero con etanol y luego con agua.
Se sabe que el proceso de esterilización funciona porque se puso a prueba realizando análisis a testigos que previamente habían sido sometidos a grandes niveles de contaminación externa. Los resultados indicaron que el protocolo de limpieza eliminaba todas las trazas de material genético contemporáneo.
En cuanto a los efectos del calentamiento global, seguramente estéis pensando que podría causar que virus desconocidos, como los encontrados en este trabajo, fueran liberados de nuevo a un tiempo que no les corresponde y ponernos en peligro.
En efecto el riesgo existe, y de hecho hace poco más de tres años los restos de un reno muerto hace 75 o 100 años, cuyo cadáver descongelado salió de nuevo a la luz a causa de las alzas de temperatura, infectó a decenas de pastores (vía brote de ántrax) y mató a un niño de 12 años y a 2.300 renos.
¿Entonces podría un patógeno desconocido de hace miles de años, revivir de su tumba helada y suponer un riesgo para la humanidad? Los autores del trabajo creen que deberíamos preocuparnos ante la posibilidad pero no hasta el punto de la paranoia, ya que la mayoría de los virus suponen un riesgo mayor para las bacterias que los humanos.
Sea como sea, es mejor prevenir y lanzarnos al estudio e identificación de esos virus ahora que todavía estamos a tiempo, que limitarnos a esperar y reaccionar cuando el patógeno ya sea una amenaza real y tal vez sea demasiado tarde.
Fuente: Ciencia / Yahoo