En 2014 se concluyó que estas rocas se mueven de vez en cuando después de que se produzcan las escasas lluvias estacionales. Parece ser que a veces se forma una película de agua sobre el lago reseco, en la que sobresalen algunas piedras y que, por la noche, este agua puede congelarse. Al día siguiente, esta capa de hielo se funde en parte y permite que se formen paneles helados que flotan libremente. Estos paneles son impulsados por el viento y, a veces, resulta que empujan a las piedras, apoyadas sobre el fango de la superficie del lago. Como resultado, las piedras se deslizan y dejan un rastro sobre el barro. Por último, cuando el lago se vuelve a secar, el barro se endurece y los rastros quedan grabados hasta las próximas lluvias. Como el viento es el mismo para todas las piedras, muchas de las rocas siguen trayectorias paralelas, para desconcierto de los viajeros no prevenidos. El Valle de la Muerte, en el desierto de Mojave, en California, es famoso por estar solo a unos cuantos cientos de kilómetros de la famosa Área 51 y por algunas características infernales que hacen honor a su nombre: en verano es uno de los lugares más calurosos del mundo y es también el punto más bajo de toda América del Norte. Por si fuera poco, este valle alberga un peculiar lugar: el Racetrack Playa. Se trata de un lago estacional en cuya superficie reseca se pueden ver piedras pequeñas y grandes, de hasta 320 kilogramos, en mitad de la nada. Detrás de ellas hay un rastro inconfundible que indica que se han deslizado hasta allí, sin que, a simple vista, se puda entender por qué. ¿Qué lleva a que en el Valle de la Muerte las piedras se muevan por una superficie nivelada?
Pero, ¿se mueven o se han movido de esta manera las piedras de otros lugares? El palentólogo Paul Olsen, investigador en la Universidad de Columbia (EEUU), ha sugerido que es así, pero que hay que remontarse a un pasado lejano. Según unos resultados que ha presentado en el encuentro de otoño de la American Geophysical Union, Olsen ha encontrado el rastro de una piedra deslizante en un fósil de 200 millones de años de antigüedad que conserva unas huellas de dinosaurio en un estado magnífico. Este rastro fosilizado es, según este investigador, una prueba de un drástico enfriamiento que ocurrió en los trópicos durante la transición del Triásico al Jurásico, coincidiendo con un evento de extinción masiva que acabó con el 76 por ciento de toda la vida en la Tierra.
El supuesto rastro de la antigua piedra deslizante, detectado por Olsen en 2017, está en un fósil hallado en 1896 en Portland, Connecticut (EEUU), en el que se aprecian varias huellas e incluso la textura de la piel de un prosaurópodo, un saurópodo temprano.
Fósil donde se aprecian varias huellas de un prosaurópodo y un misterioso rastro alargado – Lull, R.S., 1915
¿Es posible que esas huellas sean la marca dejada por una piedra deslizante? Para averiguarlo, hay que remontarse al pasado. Tal como ha comentado Olsen, hace 200 millones de años la región donde se formó el fósil estaba más cerca del ecuador, en el trópico, y se caracterizaba por su baja altitud. Ambas cosas concuerdan con un escenario en el que el clima fuera más o menos moderado y permitiese la presencia de animales y plantas poco adaptados a las bajas temperaturas. «No hay ningúna razón para creer que la congelación era común ahí», ha dicho Olsen en un comunicado, según recoge ABC y comparte Francisco Lorenson para Periodista Digital.
Escaneado del rastro y una huella fosilizadas (derecha), junto a una piedra deslizante actual (izquierda) – Olsen et al./Columbia University/LDEO
Esto va contra la hipótesis de que el rastro del fósil del prosaurópodo sea, efectivamente, una piedra deslizante, capaz de «moverse» gracias a la congelación de un lago muy somero. A no ser que hace 200 millones de años los trópicos se hubieran enfriado.
En este sentido, Olsen ha sugerido que el origen de este enfriamiento de los trópicos podría estar en un invierno volcánico, un acusado enfriamiento climático asociado con los residuos emitidos por un número elevado de erupciones volcánicas.
Estos eventos son capaces de liberar al aire enormes cantidades de cenizas y aerosoles que aumentan el albedo de la atmósfera y que disminuyen el calentamiento ejercido por la radiación solar. Así, por ejemplo, la erupción del volcán Pinatubo, en Filipinas, en el año 1991, enfrío las temperatuas globales del planeta en una media de 0,6ºC durante un periodo de 15 meses.
Según la hipótesis de Olsen, es posible que la actividad volcánica que sacudió el planeta en la transición del Triásico al Jurásico llevase a un enfriamento suficiente en los trópicos como para crear una capa de hielo capaz de impulsar a las piedras deslizantes, similares a las de California. Para confirmarlo, habría que encontrar más fósiles o indicios indepedientes.
Fuente: periodistadigital.com