Las estrellas nunca, o casi nunca, nacen solas. Muy al contrario, lo hacen en grupos (que pueden llegar a ser de miles de miembros) y casi siempre acompañadas de un gemelo, otra estrella idéntica formada al mismo tiempo y a partir de los mismos materiales, en el interior de las gigantescas nubes de polvo y gas que conocemos como “semilleros estelares”. No en vano, la inmensa mayoría de las estrellas (el 85 % de ellas) pasan sus vidas “en pareja”, unidas gravitatoriamente a una “hermana”, o incluso a más de una, en sistemas triples o cuádruples. Y hasta el 50% de las estrellas del mismo tipo que el Sol viven en sistemas binarios. Nuestro Sol solitario, pues, podría considerarse como un auténtico “bicho raro” dentro de nuestra galaxia.
Sin embargo, muchos investigadores piensan que nuestra estrella particular no siempre estuvo sola, sino que también nació, hace 4.570 millones de años, junto a otras “hermanas”. Y que parte de su existencia transcurrió, además, en un sistema binario, junto a una de esas hermanas. Algún evento cósmico debió separar después a la que podemos considerar nuestra “familia estelar”, dejando a nuestro Sol brillando en solitario sobre los mundos de nuestro sistema. Por eso, los científicos están convencidos de que ahí arriba, en algún lugar, el gemelo del Sol espera a ser descubierto. Y ahora, un equipo de astrónomos liderado por investigadores del Instituto de Astrofísica y Ciencias del Espacio de Portugal (IA) acaba de anunciar en Astronomy & Astrophysics que ha encontrado a ese gemelo. Se llama HD 186302 y está a 184 años luz de la Tierra.
Sabemos ya desde hace tiempo que los hermanos del Sol están “ahí fuera”, aunque resultan realmente difíciles de encontrar ya que, según escriben los investigadores, “se extienden ampliamente por toda la galaxia”. Hasta la fecha, en efecto, apenas un puñado de candidatos a ser hermanos del Sol han podiso ser identificados. Pero el equipo del IA emprendió su búsqueda equipado con herramientas mucho más sofisticadas y potentes que las utilizadas con anterioridad. Y también contó con una muestra de estrellas mucho mayor, proporcionada por el satélite europeo Gaia.
El resultado fue el hallazgo de HD186302, una estrella que no solo es hermana del Sol, sino que se parece a él como se parecen dos gotas de agua. Se trata, en efecto, de una estrella de tipo G, que está en lasecuencia principal (es decir, que quema hidrógeno), tiene la misma temperatura y luminosidad que el Sol y cuenta con una química casi idéntica, además de tener prácticamente la misma edad, 4.500 millones de años. Una serie de coincidencias que superan, con mucho, a la estrella del tipo F HD162826, identificada en 2014 como hermana del Sol.
¿Dónde se originó el Sol?
A pesar de que es el dueño absoluto de nuestro sistema planetario, los astrónomos no tienen ni idea de cuál pudo ser el lugar de nacimiento del Sol, motivo por el cual cada nuevo hermano estelar identificado constituye una pista para averiguar cómo y dónde se originó nuestro sistema solar.
“Debido a que no existe demasiada información sobre el pasado del Sol -explica Vardan Adibekyan, primer firmante del artículo- estudiar estas estrellas puede ayudarnos a comprender en qué parte de la Galaxia y en qué condiciones se formó nuestra estrella”.
Y lo que es más, debido al hecho de que el único lugar del Universo en el que sabemos con certeza que existe la vida es, precisamente, nuestro sistema solar, podemos estar más que seguros de que el tamaño, la edad, la temperatura, la luminosidad y la composición química del Sol son compatibles con la vida tal y como la conocemos. Por eso, resulta plausible que los planetas que orbitan alrededor de otras estrellas y que tengan las mismas cualidades (hermanos estelares), sean igualmente capaces de permitir el desarrollo de la vida. Y un gemelo estelar como HD186302 supone la opción más esperanzadora de todas.
“Algunos cálculos teóricos -explica Adibekyan- muestran que existe una probabilidad no despreciable de que la vida se haya podido extender desde la Tierra a otros planetas o sistemas exoplanetarios, durante el período del último bombardeo intenso”. Un periodo convulso, hace alrededor de 4.000 millones de años, durante el que los planetas y lunas del sistema solar interior sufrieron con frecuencia el impacto de enormes asteroides.
“Si tenemos suerte -prosigue el investigador-, y nuestro hermano solar tiene un planeta, y ese planeta es de tipo rocoso, está en la zona habitable y, finalmente, si ese planeta resultó “contaminado” por las semillas de vida de la Tierra, entonces tenemos todo lo que uno podría soñar: una Tierra 2.0, orbitando un Sol 2.0”.
Es cierto que la idea está condicionada por un buen montón de “síes”. Sin embargo, por escasas que puedan parecer las probabilidades, todas esas cosas podrían haber ocurrido realmente. Por eso, los astrónomos del IA se afanan ahora en buscar cualquier señal que revele la presencia de un planeta alrededor de HD186302, el gemelo del Sol.
Fuente: abc.es/ciencia