La actividad cerebral relacionada con la lectura es todavía uno de los grandes retos para la comunidad científica. Se trata de una habilidad a la que nuestro cerebro no se ha adaptado como consecuencia de la evolución, tal y como ha ocurrido con el habla.
Uno de los puntos de debate radica precisamente en cuál es la función que realiza la parte de nuestro cerebro que resulta imprescindible para leer, la denominada área visual de las palabras.
Mientras algunos científicos consideran que su función es netamente perceptual –visual–, otros investigadores opinan que es más léxico semántica, porque esa misma zona se activa también con otras actividades, como escuchar palabras.
Este debate tiene consecuencias muy importantes en la investigación del lenguaje y, sobre todo, en sus aplicaciones clínicas. Ahora, científicos del Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL) han conseguido entender mejor los criterios que existen sobre el funcionamiento del área visual de las palabras.
El trabajo, que acaba de ser publicado por la revista PNAS, ha sido conciliador con la evidencia existente: por un lado tiene una función perceptual y, por otro, léxico semántica, pero cada una está residenciada en una subárea diferente y conectadas por medio de circuitos distintos.
El área visual de las palabras, denominada técnicamente corteza ventral occipitotemporal, es una zona muy conectada con la visión que sirve tanto para extraer las características de la información como para enviarla. Resulta fundamental para la lectura: una persona con una lesión en esta área no podría leer.
Debido a que la capacidad de leer comenzó hace poco más de 4.000-5.000 años, la evolución del ser humano no ha sido capaz de esculpir una estructura cerebral específica para la lectura, función que nuestro cerebro toma prestada reutilizando otras estructuras ya existentes.
Según explica Kepa Paz-Alonso, director del trabajo en el que también han tomado parte Garikoitz Lerma-Usabiaga y Manuel Carreiras, para hacer el estudio sometieron a un centenar de personas a las técnicas de resonancia magnética funcional y estructural más actuales.
Su objetivo era descubrir si dentro de esa zona había dos áreas distintas que realizaban funciones diferentes y estaban conectadas estructuralmente a vías distintas, aunque complementarias, del circuito de lectura.
Para ello, comprobaron qué puntos se activaban mientras las personas leían, e identificaron el circuito de la lectura viendo cuáles eran los conectores o tractos de materia blanca que unían las distintas zonas de la corteza cerebral que estaban activas al leer.
Mejora en trastornos como la dislexia
La resonancia reveló cómo era la activación funcional según el tipo de tarea que hacían los individuos, más perceptual o más léxico semántica, y también comprobó que había partes de la corteza cerebral con composición y tipos de neuronas diferentes, algo que indicaba que cada parte realizaba tareas distintas.
Para Paz Alonso, la importancia de este trabajo radica en que permite “entender mejor cómo funciona el cerebro durante la lectura y qué tipo de procesos se llevan a cabo en un sitio o en otro, que hasta ahora se creía que eran el mismo”. El investigador del BCBL asegura que este estudio ayudará en la investigación de trastornos de lectura como la dislexia, ya que se podrá comprobar qué áreas del cerebro muestran menor activación durante la lectura entre personas que la sufren.
Por otro lado, contribuirá a comprobar el peso de estas áreas de la lectura en distintas lenguas como el inglés, el español, el hebreo y el chino, algo en lo que ya trabaja el BCBL junto con otros centros y universidades en Estados Unidos, Israel y Taiwan.
Fuente: SINC