Con frecuencia suele pasarse por alto, pero la llegada de los españoles al Nuevo Mundo supuso también la llegada de un gran ejército de bacterias y virus “europeos” que aniquilaron a las poblaciones indígenas. Los estudiosos han llegado a decir que a causa de las epidemias importadas por los “conquistadores”, se produjo una caída de población entre los nativos de hasta el 95 por ciento. La viruela, el sarampión, las paperas y la gripe tuvieron un impacto brutal entre los americanos, sencillamente porque sus sistemas inmunes nunca habían lidiado con algo así.
Aparte de estas epidemias, razonablemente bien documentadas, con los españoles llegó un mal al que se conoce menos. En el Virreinato de Nueva España, en la actual México, una epidemia provocó entre 12 a 15 millones de muertes a partir del año 1545. De acuerdo con los documentos que han llegado hasta nosotros, las víctimas sufrían lo que ahora designaríamos coma una fiebre hemorrágica, y que entonces se definía como tifus o fiebres (los “tabardillos”) o, sencillamente, “cocoliztli” (en Nahuatl, enfermedad, mal) o “pujamiento de sangre” (en español): la piel de los afectados se llenaba de puntos rojos, las personas vomitaban y sangraban por los orificios de su cuerpo. Ahora, y gracias a una nueva técnica, una investigación publicada en Nature Ecology & Evolution ha identificado al que pudo ser al menos uno de los culpables que estaba detrás de la epidemia de cocoliztli: se trata de una bacteria conocida como Salmonella enterica.
Las epidemias ocurridas en el siglo XVI son difíciles de trazar, porque, aparte de documentos, hoy solo queda un número muy limitado de restos biológicos de entonces. Además, muchas veces es difícil encontrar ahí los restos de los patógenos (virus y bacterias) del pasado. Ahora, un equipo internacional de científicos del Instituto Max Planck de Ciencia de la Historia Humana (Alemania), de la Universidad de Harvard (EE.UU.) y del Instituto Nacional de Antropología e Historia (México) ha usado muestras de ADN antiguo junto con una nueva técnica de análisis. Su principal ventaja es que los investigadores no necesitan saber qué tipo de microorganismo buscan para poder encontrar sus huellas entre los genes.
Investigar enfermedades antiguas
“Esta nueva técnica nos permite buscar ampliamente al nivel del genoma (del conjunto de genes) para buscar lo que quiera que esté presente”, ha dicho en un comunicado Johanes Krause, investigador del Instituto Max Planck de Ciencia e Historia Humana y coautor del estudio. “Esto es un avance fundamental para investigar las enfermedades antiguas: ahora podemos buscar las huellas moleculares (genéticas) de muchos agentes infecciosos del registro arqueológico, lo que es especialmente relevante para los casos típicos donde no se sabe la causa de una enfermedad”.
No es solo que sea difícil investigar los restos humanos del siglo XVI. Es que además, muchas epidemias distintas presentan unos síntomas similares, y en ocasiones también es probable que pasado tanto tiempo los patógenos cambien y no provoquen los mismos síntomas hoy y hace 500 años.
Por eso, la mejor herramienta para los investigadores es rastrear los huesos en busca de daños provocados por patógenos, cosa de la que no siempre queda huella, o, mejor todavía, buscar los restos de ADN de bacterias o virus atacantes. Para ello, los científicos usan normalmente una sonda de material genético que es específica para cada microbio: cuando esta especie de “llave” reconoce su cerradura, los científicos saben que tal o cual microorganismos está presente. Pero a veces no se sabe qué sonda usar, porque el patógeno causante de una epidemia puede ser desconocido.
Llega “cocoliztli”
Algo así ocurría con la epidemia que sacudió América entre 1545 y 1550. “Cocoliztli” devastó extensas zonas de México y Guatemala, incluyendo la ciudad de Teposcolula-Yucundaa, en la actual Oaxaca. Allí, en el fondo de un valle, recientemente se abrió un yacimiento arqueológico cuyos huesos esconden un registro de lo ocurrido entonces.
Los científicos extrajeron el ADN del interior de los dientes de 29 fallecidos, recurriendo a técnicas de secuenciación masiva (de la llamada metagenómica). Usaron una nueva metodología de procesamiento de datos genéticos, llamada MALT, y así pudieron identificar los patógenos presentes sin previamente saber qué debían buscar, es decir, sin usar sondas (“llaves”) concretas.
Así, encontraron que en 10 de las 29 personas había restos de una subespecie deSalmonella enterica, llamada Salmonella enterica Paratyphi C, y que es uno de los 2.600 serotipos (tipos) de este patógeno que se conocen.
En la actualidad, bacterias entéricas similares, sobre todo Salmonella Typhi, causan fiebres, deshidratación y complicaciones gastrointestinales. Aun en pleno siglo XXI, infectaron a 27 millones de personas solo en el año 2000. Su forma de dispersión suele ser la ruta fecal-oral, vía agua o comida contaminada.
Microbios y contexto social
Gracias a todo esto, los científicos saben ahora que en el momento en que la terrible epidemia “cocolitzli” sacudía a la población indígena, una bacteria intestinal probablemente proveniente de Europa estaba circulando entre la población. También saben que la nueva tecnología que han usado permite encontrar microbios que no se buscaban de antemano en restos humanos antiguos.
Los autores han resaltado en su estudio que es importante considerar que aquella epidemia probablemente estuvo causada por una combinación de patógenos junto con un contexto social concreto, (lo que se llama “sindemia”). Han sugerido que cambios sociales impuestos por la “conquista de América”, como la “congregación”, una política de reasentamiento en granjas de los nativos, junto a una sequía, perturbaron los hábitos higiénicos de la población y que esto facilitó la transmisión de la epidemia.
Fuente: abc.es