Hace 34 años, el 26 de abril de 1986, un test de seguridad fallido destinado a ensayar el protocolo de emergencia ante una caída de electricidad provocó la explosión del reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil, en la Unión Soviética. El peor accidente nuclear de la historia mató de inmediato, en torno a la central, 10 km2 de pinos, cuyas hojas se volvieron marrones, quemadas por la radiación. Hoy se conoce a esta zona como el Bosque Rojo. Y tras la evacuación de 116.000 personas de la región afectada, se creyó que aquello sería un desierto sin vida durante décadas. La denominada Zona de Exclusión de Chernóbil (ZEC), que cubre unos 2.600 km2 en Ucrania y 2.160 en Bielorrusia, fue apodada la “zona muerta”.
Sin embargo, años después comenzaron a surgir informes sobre un aparente aumento inusitado de la fauna en la ZEC, aunque con datos contradictorios al respecto. En 2015 un censo mostraba que las poblaciones de grandes mamíferos, como los ciervos, corzos, jabalíes y alces, eran similares a las de reservas naturales cercanas, mientras que los lobos eran 7 veces más abundantes. Pero estas observaciones suscitan una lógica pregunta: ¿realmente la fauna prospera en Chernóbil, o los animales se refugian allí huyendo de los entornos habitados, aun a costa de sucumbir a la radiación?
Repoblación por ausencia de presión humana
“Pienso que está muy claro que hay una próspera población de fauna”, resume a OpenMind el director de aquel estudio, el radioecólogo de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido) Jim Smith, coautor del libro Chernobyl: Catastrophe and Consequences (Springer, 2005). “Hay alrededor de 100 especies que están en el Libro Rojo de especies raras en Ucrania”. Smith y otros muchos investigadores no dudan de cuál es la razón de esta repoblación: la ausencia de la presión humana. La fauna abunda allí donde puede refugiarse de nosotros.
Asimismo, Smith no cree que los animales estén huyendo de los humanos en Chernóbil solo para encontrar allí niveles de radiación que les resultan letales o que perjudican la salud reproductiva de la especie. “Es importante recordar que la ZEC varía enormemente en niveles de contaminación. Hay puntos calientes como el Bosque Rojo”. En estos lugares, señala el investigador, se observa un impacto relativamente sutil de la radiación. “Por ejemplo, hemos visto algunos efectos en el desarrollo de los órganos reproductores en los peces de los lagos más contaminados, incluyendo el Estanque de Refrigeración, que almacenaba el agua de refrigeración de los reactores”.
Pero Smith subraya que estos puntos calientes solo representan una pequeña parte de la ZEC. “En la mayor parte de la Zona, las dosis de radiación son relativamente altas, pero dentro del rango de la radiación de fondo natural que vemos en otros lugares del mundo. No vemos efectos significativos individuales ni en las poblaciones”. Smith cita otros estudios con pequeños mamíferos del Bosque Rojo que tampoco sugieren un gran impacto de la radiación sobre la salud de las poblaciones.
Nuevas especies en la zona
No solo los mamíferos parecen prosperar en Chernóbil. El ecólogo evolutivo de la Universidad de Oviedo (España) Germán Orizaola lleva cuatro años estudiando las poblaciones de anfibios y otros animales de la ZEC. “La biodiversidad general, tanto de anfibios como de otros grupos animales, no se ha visto afectada por el accidente. Las mismas especies que vivían en la Zona en 1986 lo hacen ahora, con el añadido de algunas nuevas como el oso pardo (que ha llegado de manera natural a la Zona), el bisonte europeo (que ha llegado de manera natural desde la población introducida en Bielorrusia), o los caballos de Przewalski (introducidos en la Zona en 1998)”, detalla a OpenMind. Según Orizaola, y aunque las estimaciones de los tamaños de las poblaciones pueden variar con los métodos de muestreo empleados por diferentes grupos de investigadores, en general se encuentra una gran abundancia de anfibios en toda la ZEC, incluyendo las áreas más contaminadas.
El ecólogo sí ha observado ciertos efectos asociados a la radiación que describirá en un próximo estudio, como una coloración más oscura en las ranas de la especie Hyla orientalis, normalmente de un verde brillante y que en la ZEC llegan a ser completamente negras. “Nosotros entendemos esta diferencia como una respuesta adaptativa, en la que la presencia de más melanina en la piel de estas ranas les sería beneficiosa de alguna manera para vivir en ambientes con contaminación radiactiva”, dice. Sin embargo, Orizaola subraya que estos efectos no afectan a la salud de las poblaciones: “Se pueden detectar situaciones anómalas en algunos individuos, pero parece bastante claro que no se trasladan de manera negativa sobre las poblaciones”. El investigador concluye que “la casi ausencia de actividad humana en la Zona parece resultar mucho más beneficiosa para la fauna que el efecto de la contaminación radiactiva todavía existente en algunos lugares”.
Parte de un fenómeno general
Sin embargo, no todos los expertos coinciden en estos diagnósticos. Según cuenta a OpenMind el ecólogo evolutivo de la Universidad Paris-Sud (Francia) Anders Pape Møller, quizá la difusión de noticias sobre la fauna de Chernóbil haya transmitido una impresión exagerada. “El año pasado hubo más de 50.000 turistas en Chernóbil, ¡pero muchos acabaron enfadados porque no vieron ningún gran mamífero!”, dice. El propio investigador asegura haber visto en una semana solo un zorro y dos corzos. “Y eso fue todo. No es realmente un santuario de fauna”.
Møller afirma que los grandes mamíferos están aumentando su presencia en toda Europa, y que lo observado en Chernóbil sería simplemente parte de un fenómeno más general. El investigador está preparando un estudio que muestra cómo un nivel más alto de radiación ambiental se corresponde con un menor número de mamíferos. Es más, Møller asegura que diversos animales están sufriendo daños apreciables: “A mayor nivel de radiación, mayor número de anomalías. En las áreas más contaminadas hay más patas anómalas, manchas en el pelaje de los animales y colores aberrantes en el plumaje de las aves”.
El caso de Fukushima
Al caso de Chernóbil ha venido a sumarse en tiempos más recientes el de Fukushima, en Japón, donde el 11 de marzo de 2011 un tsunami causó el segundo mayor accidente nuclear de la historia. El ecólogo de la Universidad de Georgia (EEUU) James Beasley, que ha investigado también el entorno de Chernóbil, publicaba el pasado enero un estudio realizado con cámaras-trampa en la zona evacuada en torno a la central japonesa, donde se observaban abundantes poblaciones animales sin efectos aparentes de la radiación.
“Aunque se desconoce cómo les irá a estas poblaciones en el futuro, tanto en Chernóbil como en Fukushima varias especies han experimentado un rápido crecimiento de la población en los primeros años tras el accidente, y en Chernóbil las poblaciones de estas especies permanecen abundantes más de 30 años después, varias generaciones”, explica Beasley a OpenMind. El ecólogo añade que “existen abundantes pruebas de que muchas especies de grandes mamíferos se están reproduciendo con éxito en las zonas evacuadas”, y que por lo tanto probablemente la viabilidad de estas poblaciones no se mantiene simplemente con los animales que llegan huyendo de áreas cercanas por la presión humana, aunque precisa que esto aún deberá confirmarse con nuevos estudios.
Serán estas futuras investigaciones las que permitan zanjar los debates aún pendientes sobre estos nuevos e insólitos reductos de fauna creados por el desastre. Pero de cualquier modo y como apunta Smith, incluso de estas catástrofes debemos aprender lecciones medioambientales: “La ZEC representa ahora una de las mayores áreas de conservación de Europa, y es importante que valoremos y protejamos esta reserva natural accidental”.
Fuente: bbvaopenmind.com