Crean un robot que “llora y sangra” para entrenar a los médicos

Para los estudiantes de Enfermería o Medicina que se acercan por primera vez a él, Hal es básicamente un niño de cinco años. Un paciente que pone cara de dolor cuando le pinchas, que sangra, llora y grita llamando a su madre cuando está asustado. Porque así es como se comportan los niños en los hospitales, y Hal es, según sus propios padres, “el simulador de paciente pediátrico más avanzado del mundo”.

Hal es, en realidad, uno de los sofisticados robots de Gaumard, una empresa que lleva más de 60 años fabricando y vendiendo aparatos para entrenar a los facultativos, desde simples esqueletos y maniquíes hasta modelos casi demasiado realistas como Hal, que se aproximan, sin llegar a adentrarse del todo, a ese “valle inquietante” en el que las máquinas se parecen demasiado a los humanos.

“Durante tantos y tantos años, los maniquíes han sido solo trozos de goma con cierto aspecto humano y sin interacción alguna”, describe el doctor Marc Berg, director médico de la Revive Initiative for Resuscitation Excellence de la Universidad de Stanford. “Ahora, finalmente, están incrementando su realismo de manera exponencial”.

El pequeño Hal es buena muestra de ello. Puede llorar, sangrar y orinar. Si le apuntas con una luz a los ojos, sus pupilas se dilatan. Son muchas las trastadas que los profesores pueden hacerle desde su tableta: que tenga un choque anafiláctico, que respire con dificultad o incluso que sufra un paro cardíaco. Por fortuna, las máquinas que funcionan con cualquier paciente de carne y hueso también lo hacen con él. Se le puede conectar a un respirador artificial y es posible devolverle a la vida con un desfibrilador, entre otras muchas cosas. Incluso se le puede practicar una traqueotomía.

Su respiración (los movimientos, los sonidos, el aire…) funciona mediante un sistema mecánico-neumático en sus entrañas, y un cartucho situado en su pierna le permite exhalar CO2. Gracias a sistemas hidráulicos, sangra, llora y orina. Pero lo más impresionante de todo está en su rostro: un sistema de motores permite a este robot humanoide mostrar todo un catálogo de emociones que van del enfado al miedo, pasando por la preocupación. Tiene casi una docena predefinidas, pero los centros de enseñanza pueden programar las que deseen para complementar las que le vienen de fábrica.

Hal es tan realista que incluso habla. En su repertorio está algo tan propio de los niños como llamar a su madre o decirle a la enfermera que no le toque, que le deje en paz, pero también es posible hablar a través de él. Cuando los instructores lo hacen, las palabras salen por su boca con la voz de un niño de cinco años.

De este modo, se supera un problema que tenía la formación en el pasado. Con los típicos maniquíes de goma, era necesaria la intervención del profesor para que los estudiantes recibieran información crucial durante sus ensayos. Desde otra sala y empleando un micrófono, los instructores iban desgranando detalles como “no sientes su pulso” para que los estudiantes pudieran avanzar en la simulación. Era algo que, evidentemente, desvirtuaba en cierta medida el realismo de las prácticas. Ahora, gracias a pacientes robóticos como Hal, no es necesario. Para que se esfume el latido de Hal, los instructores solo tienen que indicarlo así en su tableta.

El único problema es que puede resultar intimidante. Ya solía suceder que los alumnos tuvieran que parar durante los entrenamientos, incapaces de continuar, incluso cuando su paciente era un pedazo de goma. Con Hal, que pone cara de dolor y grita llamando a su madre como cualquier paciente humano, es incluso más probable. “Podemos incrementar el nivel de estrés hasta tal punto que la gente lloraría, básicamente tendrían que abandonar la escena”, apunta Berg. “Creo que hay bastante potencial de que veamos ese tipo de respuesta emocional cuando el maniquí es tan realista”.

No obstante, los ingenieros que han desarrollado a Hal lo han tenido en cuenta. Si bien su objetivo era crear un robot lo más semejante posible a un niño de carne y hueso, han prescindido de ciertos detalles que hubieran llevado el parecido demasiado lejos, a ese “valle inquietante” que ya hemos mencionado. Por ejemplo, el robot no tiene pecas, lunares y otras marcas propias de los seres humanos. Se trata de convencer al estudiante de que es real, pero no tanto que se vuelva insoportable o les distraiga de su entrenamiento.

Y es que, al final, el propósito de un simulador como Hal no es otro que enseñar a los futuros médicos y enfermeros. En su caso, concretamente, a ayudarles a entender lo que supone tratar con niños, a los que a menudo no se les da muy bien verbalizar sus síntomas o reacción de forma exagerada. En estos casos, las expresiones faciales y otras pistas son fundamentales. Por eso los científicos de Gaumard han trabajado con pediatras para comprender al milímetro los movimientos y gestos que hace el rostro de un chaval (los músculos que se contraen, las cejas que se fruncen…) cuando siente dolor o está enfadado.

Pero Hal, que cuesta unos 48.000 dólares (más de 41.000 euros) no es el único miembro de la familia de robots pacientes de Gaumard. En realidad es uno más de los simuladores robóticos que está empresa a diseñado para entrenar a los futuros médicos y enfermeras. Victoria, por ejemplo, es capaz de dar a luz a un bebé, y Super Tory es un recién nacido que ayuda a detectar enfermedades en neonatos reales.

Todos ellos comparten no solo un realismo que deja muy atrás el de los viejos maniquíes, sino también una advertencia para los expertos: el robot es una buena herramienta, un instrumento útil, pero no puede sustituir al profesor (al menos de momento). Al final, quien tiene que enseñar a los alumnos a lidiar con esas situaciones estresantes, a interpretar los síntomas y a tomar decisiones sobre el tratamiento es el especialista humano, con años de experiencia a sus espaldas.

“Quizá algún día las máquinas sean tan sofisticadas que sean capaces de interpretar y replicar nuestras emociones”, plante Lilian Su, director médico del hospital infantil Lucile Packard de Stanford. “Pero, hasta entonces, como humanos tenemos que controlar esa parte y saber cómo usar la máquina para formar a las personas en ese tipo de ambiente”.

Fuente: lasexta.com