La depresión en los peces podría ayudar a las personas

¿Un pez puede deprimirse? Esa pregunta llegó a mi mente desde que pasé una noche en un hotel frente a un pez luchador de Siam lastimosamente triste. De acuerdo con un letrero debajo de su pequeña pecera, se llamaba Bruce Lee.

Estábamos en ese lugar tratando de degustar un Bloody Mary de cortesía en el último día de nuestra luna de miel y ahí estaba Bruce Lee, completamente inerte, con su aleta inferior rozando las rocas artificiales transparentes del fondo de su hogar. Cuando por fin decidió moverse, lo hizo solo un poco, y me pareció que quizá preferiría estar muerto.

La simpática mujer de la recepción me aseguró que lo cuidaban bien. ¿Acaso yo estaba antropomorfizando a Bruce Lee asumiendo erróneamente que su letargo era síntoma de un padecimiento psicológico?

Cuando busqué respuestas con los científicos asumí que mi pregunta les parecería absurda. Pero no. Para nada.

Sucede que nuestros amigos con branquias sí pueden deprimirse, pero no solo eso, algunos científicos creen que los peces podrían ser un prometedor modelo animal para el desarrollo de antidepresivos. Me enteré de que las nuevas investigaciones han cambiado de forma radical la manera en que los científicos conciben la cognición de los peces y dan forma al argumento de que las mascotas y los dueños no son tan distintos como muchos suponen.

“La neuroquímica es tan similar que da miedo”, afirmó Julian Pittman, profesor del Departamento de Ciencias Biológicas y Medioambientales en la Universidad de Troy en Alabama, donde trabaja en el desarrollo de nuevos medicamentos para el tratamiento de la depresión, con la ayuda de un diminuto pez cebra. Solemos pensar en ellos como simples organismos “pero no les damos el crédito de muchas cosas”.

A Pittman le gusta trabajar con peces, en parte porque la depresión de estos es muy evidente. Puede comprobar de manera confiable la eficacia de los antidepresivos con algo que él llama “prueba del tanque nuevo”. Se introduce a un pez cebra en un tanque nuevo. Si pasados cinco minutos sigue nadando en la mitad inferior del tanque, está deprimido. Si nada en la parte superior del tanque, que es la tendencia natural cuando exploran un entorno nuevo, entonces no está deprimido.

El grado de la depresión, asegura, puede medirse comparando el tiempo que pasa el pez en la parte superior del tanque y el que pasa en la parte inferior, lo cual confirma mis sospechas respecto a Bruce Lee.

Por supuesto, todo esto le da mala espina a una de cada seis personas que ha experimentado depresión clínica. ¿Como puede relacionarse lo que siente un pez con lo que tú has pasado? ¿Usar la palabra “depresión” es correcto?

Aunque los científicos han utilizado animales, como los ratones, para estudiar problemas emocionales durante décadas, la importancia de estos modelos para la experiencia humana apenas se vislumbra.

El problema más evidente es que “no podemos preguntarles a los animales cómo se sienten”, dijo Diego A. Pizzagalli, director del Centro para la Investigación de la Depresión, la Ansiedad y el Estrés de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard. Aunque los investigadores podrían encontrar similitudes en la fluctuación de la serotonina y la dopamina, ni los peces ni las ratas pueden “capturar el espectro de la depresión en su totalidad tal como lo conocemos”, continuó Pizzagalli.

Hay un acalorado debate en la comunidad de investigación de los peces respecto a qué término es más apropiado: ansioso o deprimido.

Pero lo que ha convencido a Pittman y a otros durante los últimos diez años es observar cómo el pez cebra pierde el interés en todo: la comida, los juguetes, la exploración, tal como sucede en la gente con depresión clínica.

“Te das cuenta”, aseguró Culum Brown, biólogo conductista de la Universidad de Macquarie en Sidney, quien ha publicado más de 100 ensayos acerca de la cognición de los peces. “Las personas deprimidas son retraídas. Sucede lo mismo con los peces”.

Es probable que el detonante de gran parte de la depresión de los peces domésticos sea la falta de estimulación, afirmó Victoria Braithwaite, profesora de Ciencias Pesqueras y Biología en la Universidad de Penn State, quien estudia la inteligencia y las preferencias de los peces.

Un estudio tras otro demuestran cómo los peces desafían los estereotipos acuáticos: algunos utilizan herramientas, otros reconocen rostros.

“Una de las cosas que descubrimos es que los peces son curiosos por naturaleza y buscan la novedad”, dijo Braithwaite. En otras palabras, es probable que tu pez dorado esté aburrido. Para ayudar a evitar la depresión, ella sugiere introducir objetos nuevos en el tanque o cambiar la ubicación de los objetos dentro de él.

Brown está de acuerdo y hace referencia a un experimento que él dirigió, que demostraba que si dejas a un pez en un entorno rico y físicamente complejo (con muchas plantitas que morder y recovecos para nadar a través de ellos) disminuye el estrés y se fomenta el crecimiento cerebral.

El problema con los tanques pequeños no se reduce a la falta de espacio para la exploración, apuntó Brown, sino que también la calidad del agua suele ser inestable y no tener oxígeno suficiente.
“El tanque redondo de un pez dorado, por ejemplo, es el peor escenario posible”, dijo.

Si eres dueño de un pez tal vez quieras considerar dónde tiene Brown al suyo: un tanque de 1.80 metros con extensos paisajes. Él recomienda un “tanque de 1.80 metros con muchas plantas y objetos” para tu pez beta promedio.

La última vez que un huésped publicó una foto de Bruce Lee en Instagram se veía muy bien, muy alegre. Tal vez esa nueva hoja verde en su pecera le había dado el ánimo que tanta falta le hacía.

Pero entonces mi corazón dio un vuelco. Internet arrojó fotografías de otros “Bruce Lees” del mismo hotel en muchos colores: rojo, azul, púrpura. Me pregunté si, con el tiempo, la monotonía podría provocar que este sustituto de Bruce se posara, inmóvil, sobre sus rocas transparentes.

Fuente: The New York Times