Leones y osos marinos, los nuevos superdepredadores del Atlántico sur

La caza y la pesca suelen reducir la abundancia de las especies de mayor tamaño, por eso la megafauna se considera uno de los componentes más amenazados de la biodiversidad. En los océanos de todo el mundo los mamíferos marinos también han sido intensamente explotados por el hombre. Pero conocer los efectos de su caza sobre el funcionamiento de las redes alimentarias de los ecosistemas marinos sigue siendo un reto difícil para los científicos por la dificultad de realizar experimentos de manipulación.

Dos estudios científicos, publicados en Oecologia y Paleobiology, ha analizado las consecuencias de la explotación humana sobre los superdepredadores y la estructura de la red trófica del mar Argentino durante los últimos 6.000 años.

Los trabajos, que ha contado con la colaboración del Instituto de Investigación de Biodiversidad (IRBio) de la Universidad de Barcelona (UB-IRBio), el Centro Nacional Patagónico y la Universidad Nacional de la Patagonia (Argentina), se han centrado en dos especies perseguidas tanto por los cazadores-recolectores aborígenes como por los colonizadores europeos: el león marino sudamericano (Otaria flavescens) y el oso marino sudamericano (Arctocephalus australis).

Hace unos 6.000 años, las poblaciones de cazadores-recolectores de Tierra del Fuego comenzaron a explotar ambas especies, una actividad que posteriormente se extendió hasta el norte de la Patagonia. “Las especies O. flavescens y A. australis son los mamíferos marinos más abundantes de la región en la actualidad, e históricamente habían sido explotadas intensamente por los cazadores-recolectores aborígenes, que basaban una parte importante de sus recursos en estas especies”, explica el profesor Lluís Cardona, miembro del Grupo de Investigación de Grandes Vertebrados Marinos de la UB.

El león marino sudamericano, un mamífero marino de constitución robusta, con un hocico corto y aplastado, abunda en las costas de América del Sur, desde Perú al cabo de Hornos, y hasta las costas de Brasil. Con una distribución geográfica similar, el oso marino sudamericano tiene la mitad de tamaño y un hocico más alargado, se alimenta principalmente de peces pelágicos y ocupa una posición inferior en la pirámide alimentaria del ecosistema marino en comparación con la otra especie.

La captura masiva de leones marinos afectó a los hábitats naturales

Los científicos aplicaron de forma innovadora las técnicas de análisis de isótopos estables de carbono y nitrógeno a los restos óseos de los leones y osos marinos –procedentes de yacimientos arqueológicos tanto de la Patagonia como de Tierra del Fuego– para reconstruir las dietas de los pinnípedos en diferentes periodos a lo largo de la segunda mitad del Holoceno y compararlas con las actuales.

“Todo indica que la explotación aborigen no afectó a sus dietas ni a la estructura de la red trófica, aunque era habitual consumir tanto leones y osos marinos como algunos peces y aves marinas. Por tanto, durante milenios, la red trófica no varió de forma relevante a pesar de los cambios en la productividad primaria del océano, y los leones y osos marinos ocuparon un nivel trófico inferior al actual, similar al que ocupa la merluza hoy en día”, apunta Cardona.

Sin embargo, con la llegada de los europeos a partir del siglo XVI –más en concreto durante la fase de explotación masiva de los recursos marinos que se inició a finales del siglo XVIII–, la dieta de los leones y los osos marinos cambió. La presión humana diezmó ambas especies, lo que terminó alterando la pirámide alimentaria y el papel ecológico de los grandes vertebrados marinos en el extremo del continente sudamericano.

“Los leones y los osos marinos ocupan hoy día un nivel trófico superior al que ocupaban antes de la llegada de los europeos. Ahora son depredadores apicales, es decir, superdepredadores”, detalla Cardona. Según los científicos, este resultado sorprendente se explica porque la población de leones marinos es ahora menor, por lo tanto, hay más alimento disponible para cada ejemplar, a pesar del desarrollo de la actividad pesquera.

“En estas condiciones, cada ejemplar puede elegir presas más grandes y más costeras en comparación con lo que hacían anteriormente. Ha pasado de comer anchoas a consumir merluzas y pulpos”, recalca el experto. En el caso de A. australis, que tiene una boca más pequeña, el cambio de dieta no ha sido tan espectacular, porque tiene una limitación física para capturar grandes peces y, por tanto, menor plasticidad trófica. 

¿Es posible recuperar los ecosistemas alterados por la acción humana?

Los efectos de la explotación de los ecosistemas marinos también alteran la longitud de la red trófica. Si los depredadores apicales se extinguen, la red trófica se acorta. En cambio, si simplemente son menos abundantes, la red trófica del ecosistema se puede alargar por la reducción de la competencia intraespecífica.

Las nuevas investigaciones sobre la ecología histórica en las regiones más meridionales del continente americano pueden perfilar nuevos escenarios sobre los ecosistemas alterados por la acción humana.

“Estos trabajos ponen de manifiesto que el nicho ecológico que observamos en la actualidad en las especies salvajes puede diferir notablemente del que ocupaban en condiciones naturales. Ahora viven en un ecosistema nuevo, modelado por el hombre. Por tanto, esto implica que restaurar los procesos ecológicos naturales puede ser un objetivo muy difícil, por no decir imposible”, concluye Cardona. 

Fuente: Sinc