Biólogos argentinos crean mini-máquina para estudiar el ADN que ahora usan los astronautas de la NASA

El uso actual de las máquinas personales para hacer experimentos con el ADN recuerda a los teléfonos Movicom en los años noventa. Hoy se utilizan, pero aún no son mundialmente populares. Los biólogos argentinos Sebastián Kraves y Ezequiel Álvarez Saavedra están convencidos de que esas máquinas deberían estar disponible para todos, y desarrollaron un dispositivo portátil, barato y liviano que está ganando cada vez más seguidores. Ya lo usan desde cientos de estudiantes de los Estados Unidos y los Emiratos Árabes hasta los astronautas de la Estación Espacial Internacional para hacer experimentos.

Kraves y Álvarez Saavedra son amigos desde que cursaron la licenciatura en biología en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos. Luego, el primero obtuvo un doctorado en neurobiología molecular en la Universidad de Harvard. El segundo se doctoró en genética con el Premio Nobel de Medicina Robert Horvitz, en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), en Cambridge, Estados Unidos. Hace cinco años, decidieron abrir su propia startup para desarrollar y vender una mini-máquina que amplifica el ADN y democratiza la ciencia.

La mini-máquina está basada en la técnica de biología molecular que desarrolló el científico estadounidense Kary Mullis. Esa técnica se llama “reacción en cadena de la polimerasa”, aunque es más conocida como PCR por su sigla en inglés. “Desde 1983, la PCR se usa en universidades y laboratorios, pero nosotros queríamos que sea accesible para todo el mundo”, contó Kraves a Infobae.

Arrancaron trabajando en el sótano de la casa de Álvarez Saavedra y consiguieron espacio y mentores de la aceleradora de startups MassChallenge de Boston. Reunieron 66.700 dólares de 245 patrocinadores a través de una campaña en Kickstarter. Con los fondos, empezaron a fabricar su producto estrella: la MiniPCR, que sobresale por ser transparente, portátil, liviana (pesa sólo 400 gramos) y de bajo costo (cuesta 650 dólares). Los equipos comunes de PCR rondan entre los 6.000 y 10.000 dólares. Hoy la empresa funciona dentro de las instalaciones del Harvard Innovation Lab, en Boston.

Las ventajas de la mini-máquina hicieron que muchos colegios de los Estados Unidos la adoptaran para enseñar conceptos claves de biología molecular, genética y bioingeniería. Porque muchos alumnos ya estaban aburridos de tener que hacer la disección tradicional de una rana o de construir modelos de moléculas orgánicas. Con la mini-PCR, en cambio, los estudiantes pueden hacerse preguntas y encontrar respuestas al hacer los experimentos, que luego pueden visualizar a través de la computadora o en los teléfono celulares.

Kraves y Álvarez Saavedra no sólo conquistaron a docentes y estudiantes. En 2015, la empresa Boeing se interesó en la mini-PCR y entraron en colaboración para llevar adelante la iniciativa Genes en el Espacio (“Genes in Space” es el nombre en inglés) para alentar a los alumnos de 7 a 12 años a resolver problemas del mundo real. Deben proponer una idea que pueda ser desarrollada a través de experimentos con la mini-máquina en el espacio, y la más interesante es llevada a cabo por astronautas de la Estación Espacial Internacional.

La primera ganadora del concurso fue Anna-Sophia Boguraev, quien a los 16 años quiso profundizar en los efectos de la radiación cósmica y la microgravedad sobre el sistema inmune de los seres humanos. En noviembre pasado, los resultados de su experimento fueron difundidos en la revista NPJ Microgravity, de la misma editorial que publica la revista Nature. El experimento fue llevado a cabo en la Estación Espacial Internacional por los astronautas Tim Peake y Jeff Williams que por primera vez amplificaron ADN en el espacio usando la mini-PCR en abril de 2016.

El ganador de la siguiente edición del concurso fue Julian Rubinfien, quien quiso saber cuáles son los cambios que sufren los telómeros dentro de las células en ambientes sin gravedad. El año pasado, el concurso se hizo en los Emiratos Árabes, y la ganadora fue Alia Almansoori, de 14 años: ideó un experimento para estudiar los cambios en la expresión de los genes que podrían ayudar a proteger la salud de los astronautas.

A través de ese concurso, la NASA también descubrió que la miniPCR puede servirle para identificar microbios que se desarrollen dentro de la Estación o para diagnosticar infecciones que padecen los astronautas. En setiembre pasado, la astronauta Peggy Whitson, de 57 años, batió un récord al permanecer 665 días en el espacio, y también logró amplificar y secuenciar con la mini-PCR el ADN de microbios (como la bacteria que causa diarreas), entre otros experimentos que hizo a bordo. “Toda la información recopilada podría ser útil para un eventual viaje tripulado a Marte en el futuro”, estimó Kraves.

Más investigadores y empresarios ya usan la mini-máquina en la Tierra. En Singapur, el microbiólogo Angelito Abaoag empleó la miniPCR para diagnosticar y prevenir infecciones en cerdos. En Inglaterra, Paul Thomas montó una empresa de cultivo de trufas negras (son frutos de hongos subterráneos), que se venden por 1900 euros por kilo. El equipo del científico inglés Ian Goodfellow secuenció muestras de virus durante la peor epidemia de Ébola en África, que produjo más de 11.300 muertes, y Elaine Guevara usó la mini-máquina para estudiar los lemures de Madagascar que están amenazados por la caza furtiva.

Ahora, Kraves, de 44 años, y Álvarez Saavedra, de 42 años, esperan que la miniPCR llegue a ser tan masiva como los teléfonos celulares inteligentes. “Nuestra aspiración es seguir bajando las barreras para que la gente innove, experimente, y se acerque a la ciencia con las manos. Queremos hacer lo mismo en otras áreas de la biología, y contribuir a que la sociedad sea más amiga de la ciencia, sin importar dónde. No es sólo un déficit en los países en desarrollo sino también de los desarrollados, donde hay varias áreas como la vacunación en las que la gente tiene confusiones. Queremos contribuir a que más personas tenga herramientas para pensar de forma independiente”.

Consultado por Infobae, Héctor Pedrol, a cargo de la especialización en enseñanza de las ciencias de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), comentó que “el equipamiento para enseñar biología molecular es muy pobre en las escuelas de la Argentina. Aún la enseñanza consiste en transmisión de contenidos, y los alumnos tienen un rol pasivo frente al aprendizaje. El uso de nuevas tecnologías podría darse en el marco de un enfoque que vincule a la ciencia con la tecnología y la sociedad”.

Fuente: infobae.com