Muchos animales pueden contar… y algunos lo hacen mejor que tú

Todas las noches, durante la temporada de apareamiento, la rana túngara macho de América Central se apropiará de una zona para presentar su espectáculo en el estanque local y pasará incesantes horas transmitiendo su esplendor al mundo.

Esa rana de color café lodo es apenas del tamaño de una nuez pelada, pero su canto es prolongado y dinámico, con un tono largo que va haciéndose grave seguido de un chasquido breve, vibrante y armónicamente denso.

A menos que un macho competidor comience a cantar cerca: entonces es probable que la primera rana añada dos chasquidos al final del sonido largo. Si su rival responde igual, el macho A incrementará a tres chasquidos. Ambos aumentarán la cantidad hasta que lleguen a su límite respiratorio a los seis o siete chasquidos lanzados con rapidez.

La lucha por la superioridad acústica de las ranas las drena energéticamente y las pone en riesgo de atraer a depredadores como los murciélagos. Sin embargo, los machos no tienen más opción que seguir la cuenta de la competencia, por la sencilla razón de que las túngaras hembras están haciendo lo mismo: escuchan, cuentan y finalmente se aparearán con el macho con la mayor cantidad de chasquidos.

Los científicos han descubierto que detrás del sorprendentemente sofisticado sentido numérico de las ranas hay células especializadas que se localizan en el mesencéfalo anfibio y que llevan la cuenta de las señales sonoras y los intervalos entre ellas.

“Las neuronas están contando el número de pulsos emitidos a un tiempo apropiado y son altamente selectivas”, dijo Gary Rose, biólogo de la Universidad de Utah. Si el tiempo entre los pulsos se descuadra por solo una fracción de segundo, las neuronas no se disparan y el proceso de conteo se interrumpe.

“Fin del juego”, dijo Rose. “Igual que en la comunicación humana, en la que un comentario inadecuado puede dar fin a toda una conversación”.

La historia del ábaco neuronal de la rana es solo un ejemplo del vasto, antiguo y versátil del sentido numérico en la naturaleza, un talento explorado a detalle en un reciente volumen temático de la revista Philosophical Transactions, de la Royal Society B, editado por Brian Butterworth, un neurocientífico cognitivo del University College de Londres, C. Randy Gallistel de la Universidad Rutgers y Giorgio Vallortigara de la Universidad de Trento, en Italia.

Los científicos han encontrado que los animales de todo el espectro evolutivo tienen un agudo sentido de la cantidad, capaz de distinguir no solo lo grande de lo pequeño o lo más de lo menos, sino entre dos y cuatro, cuatro y diez, cuarenta y sesenta.

Las arañas tejedoras, por ejemplo, llevan un conteo de cuántas presas envueltas tienen en el segmento de “alacena” de su telaraña. Cuando los científicos eliminan experimentalmente las provisiones, las arañas pasan tiempo buscando los bienes robados, proporcionalmente a cuántos objetos distintos les quitaron, en lugar de a qué tan grande era la masa total de presas.

Los peces pequeños se benefician de vivir en bancos, y cuanto más numeroso el grupo, las probabilidades de un pez de escapar de sus depredadores son estadísticamente mejores. En consecuencia, muchos peces en cardumen son excelentes evaluadores de recuentos relativos.

Las olominas, por ejemplo, tienen una llamada relación de contraste de 0,8, lo que significa que pueden distinguir de un vistazo entre cuatro y cinco olominas u ocho y diez. Si se les da la oportunidad nadarán hacia el grupo de peces más grande.

El pez espinoso discrimina aún más: con una relación de contraste de 0,86, es capaz de distinguir entre seis y siete de sus semejantes, o entre 18 y 21: un poder comparativo que muchas aves, mamíferos e incluso humanos no podrían vencer fácilmente.

Los chimpancés llevan puntuaciones sociales, son guerreros episódicos y también ninjas de los números. Se les puede enseñar a asociar grupos de objetos con números arábigos correspondientes hasta el número nueve y a veces más allá: tres cuadros en una pantalla de computadora con el número tres, cinco cuadros con el cinco y así sucesivamente. Pueden ponerlos en orden.

La memoria numérica que funciona en los chimpancés jóvenes es sorprendente: si se muestra una distribución aleatoria de numerales en una pantalla por solo 210 milisegundos —la mitad de un parpadeo— y luego se cubren los números con cuadros blancos, un chimpancé joven al que se le enseñaron los números tocará los cuadros de manera secuencial para indicar el orden ascendente de los números escondidos.

No te molestes en tratar de hacer esto, dijo Tetsuro Matsuzawa, primatólogo de la Universidad de Kioto, en una reunión científica en Londres en la que se basó la edición temática de la revista. “No puedes”.

Según se ve, la propiedad cerebral en los humanos que alguna vez se dedicó a la memoria numérica se ha empleado, en los seis millones de años desde que nos diferenciamos de los chimpancés, a favor de propósitos más elevados, como la capacidad de juzgar si una oración como la siguiente es verdadera: “No hay un campo vectorial tangente continuo que no desaparezca en las esferas dimensionales pares”.

Stanislas Dehaene, psicólogo de la Universidad de París, y sus colegas presentaron evidencia de escáneos cerebrales de matemáticos profesionales que prueba que el circuito neuronal para el pensamiento matemático avanzado es una elaboración del sentido numérico arcaico que compartimos con otros animales.

Es diferente de nuestras vías lingüísticas ordinarias, aun cuando ese desafío relacionado con las matemáticas incluya palabras en lugar de números —como la afirmación verdadera que se apuntó antes—.

Sin embargo, nuestra numerosidad innata difícilmente garantiza un dominio de las matemáticas y a veces puede funcionar en nuestra contra. Los psicólogos Rochel Gelman de la Universidad Rutgers y Jennifer Jacobs Danan de la Universidad de California en Los Ángeles han estudiado qué tan a menudo la gente educada calcula porcentajes erróneamente.

Escuchamos que el precio de algo subió un 50 por ciento y luego se redujo un 50 por ciento y concluimos, de manera reflexiva pero equivocada: “Muy bien, estamos como cuando empezamos”. Nuestro sentido numérico natural suma y resta números completos, chasquidos y olominas, pero aborrece de verdad las fracciones y así nos ha llevado por un mal camino.

Fuente: NYT