La ciencia oculta en Stranger Things, el último gran éxito de Netflix

“Ver Stranger Things es mirar los grandes hits de Steve King. En el buen sentido”. “Stranger Things es pura diversión. No se lo pierda”. Los tuits del legendario escritor Stephen King, reproducidos más de veinte mil veces, podrían resumir el éxito de la última serie de Netflix. A principios de julio esa plataforma lanzó la primera temporada y desde entonces no ha parado de capturar adeptos. Rescatar los mejores elementos de ciencia ficción de la década de 1980 (desde Spielberg hasta el mismo King, desde ET hasta Allien) resultó la fórmula más efectiva para los hermanos Matt y Ross Duffer. Su creación, para algunos críticos, ya recibe el sello de una serie de culto que en 2017 tendrá una segunda temporada.

Los ocho capítulos de Stranger Things están llenos de fantasía. En Hawkins, en el estado de Indiana (EE. UU.), de repente, empieza a pasar una serie de eventos extraños relacionados con un programa secreto del Gobierno. Primero desaparece Will Byers, de 12 años. Luego, de la nada, surge una niña con poderes sobrenaturales y después varios personajes comienzan a interactuar con escenarios y seres traídos de la imaginación. Aunque son historias llenas de ficción, entre ellas hay repetidos guiños a sofisticadas teorías científicas que los humanos han tratado de comprobar desde hace décadas. Como le dijo al portal Popular Science, Brian Greene, reconocido físico teórico y profesor de la Universidad de Columbia, “quien la esté escribiendo es alguien bien versado en algunas de las descripciones más populares de estas ideas”. (De aquí en adelante hay varias pistas sobre la serie que podrían arruinársela si no ha llegado, por lo menos, al cuarto capítulo).

El gesto más claro sobre esas complejas teorías lo da el profesor de ciencias de los cuatro niños protagonistas cuando uno de lo chicos lo interroga: “¿Vio que en Cosmos, Carl Sagan habla de otras dimensiones? ¿Cómo viajamos hasta allá?”, le pregunta. Para explicarles que hay universos paralelos “iguales al nuestro pero con infinitas variaciones”, el profesor utiliza una analogía: “Imaginen a un acróbata haciendo equilibrio en una cuerda. La cuerda es nuestra dimensión (…) en la que solo podemos movernos hacia adelante o hacia atrás”, dice. A diferencia de una pulga, que podría moverse por el costado de la soga. Incluso por debajo.

Esa, en palabras del profesor, sería otra dimensión alternativa a la que los humanos no podrían acceder a menos de que “crearan una cantidad de energía impresionante. Así se abriría una especie de grieta en el tiempo y el espacio”. Grieta por la que, suponen los niños, se fue su compañero Will Byers.

La idea de que existan dimensiones múltiples no es del todo descabellada. De hecho, unas de las cosas que busca el CERN, ese gran laboratorio que encontró la partícula de Dios en Ginebra, Suiza, y que provoca explosiones que intentan simular el Big bang, son dimensiones extra. Como cuenta desde París el astrofísico Juan Diego Soler, es posible que existan en escalas muy pequeñas, fuera del alcance de nuestra percepción.

“Nosotros nos movemos en tres dimensiones espaciales (arriba-abajo, izquierda-derecha y hacia adelante y hacia atrás) y una temporal. Pero es posible que en el nivel subatómico haya más dimensiones que no percibimos porque no las necesitamos. Es como si después de una gran reacción de energía la pulga se pierde de repente de la soga y aparece al otro lado del equilibrista.

Eso podría suceder a una escala subatómica”, dice. “Piense en un electrón que tras un estallido agarra por un camino. Sólo que hay caminos más y menos probables. A partir de ese movimiento pueden salir muchos mundos diferentes. Es una interpretación en la que a partir de algo muy pequeño un universo puede variar”, replica Germán Chaparro, doctor en astrofísica y profesor de la ECCI.

La analogía de la pulga y el equilibrista, incluso, forma parte del libro The Fabric of the Cosmos, del físico teórico Brian Greene. Sin embargo, como le dijo Green a Science Popular, dimensiones alternas y universos paralelos no son dos conceptos iguales que pueden compararse como lo hace Stranger Things. “Son dos cosas distintas que la ciencia ficción tiene a confundir, pero están basadas en hipótesis reales”, cuenta Chaparro.

Saltándonos las complejas explicaciones, la creación de muchos universos es un enigma que siempre ha inquietado a la mecánica cuántica. Ha habido interpretaciones como la del físico austríaco Erwin Schrödinger, en 1935, y que la historia registró como la paradoja del gato de Schrödinger. En palabras muy simples, mostraba la posibilidad de que hubiesen realidades distintas a la nuestra. “Entonces”, dice Soler, “mientras nosotros hablamos, hay otro universo en el que comemos pizza. Pero esa simultaneidad es imposible de experimentar simplemente porque no es nuestra realidad. Realidades conectadas violan los principios de mecánica cuántica pero le abre unas puertas enormes a la ciencia ficción”. Y esa noción es una de las bases más evidentes de Stranger Things.

Contrario a esa explicación, las ideas más claras que tenemos sobre múltiples universos indican que es posible que existan esos mundos alternos, pero no contempla la posibilidad de que esté uno al lado del otro y que podamos atravesarlos, como sugiere la serie de Netflix, por una suerte de portal. Parafraseando a Soler, si nuestro universo se creó a partir de una expansión acelerada que arrancó de la nada, no se puede descartar que haya más universos. “Pero el hecho de que se tocaran generaría una enorme distorsión que cambiaría la geografía del nuestro”. Algunas de esas pistas, por ejemplo, las busca el satélite Planck, de la Agencia Espacial Euopea, al cazar anomalías en la radiación de fondo de microondas, algo así como el eco que quedó del Big bang.

Eso parece saberlo el profesor de Stranger Things, cuando, luego de explicar el ejemplo del acróbata y la pulga, les advierte a los niños que la existencia de un portal a otro universo lo alteraría todo. La ciencia es fabulosa, dice, pero no es muy flexible. Pero, por suerte, para eso está la ciencia ficción.

Fuente: El Espectador