Kepler halla una veintena de planetas en torno a enanas rojas

El telescopio espacial Kepler, el observatorio cazaplanetas de la NASA, ha descubierto 20 nuevos mundos en torno a estrellas menores y más frías que el Sol, lo que supone el mayor hallazgo de tales características logrado hasta la fecha. Las estrellas en cuestión, conocidas como enanas de tipos K y M, son astros de larga vida, abundan en la Vía Láctea y revisten interés por cuanto se cree que podrían albergar un gran número de planetas habitables.

En 2013, un fallo mecánico ocurrido en la nave obligó cancelar el programa de investigación original del telescopio. Como consecuencia, los científicos diseñaron una nueva misión, bautizada como K2, que aprovecha la presión de la luz solar para estabilizar la nave. Las últimas observaciones realizadas en el marco de esta nueva misión han arrojado 87 posibles exoplanetas —a sumar a otros 667 candidatos anunciados hasta ahora—, la mayoría de los cuales presentarían un tamaño comprendido entre el de Marte y el de Neptuno.

Aunque la misión original investigó un gran número de astros similares al Sol, la mayoría de las estrellas de la galaxia son más pequeñas, tenues y frías. Conocidas como enanas rojas, estas estrellas constituyen cerca de la mitad de los objetivos de la misión K2. “Hay más de 250 de ellas en un radio de 30 años luz de distancia, razón por la que aquí algunos astrónomos se refieren a ellas como ‘plaga celeste'”, explica Courtney Dressing, astrofísica del Instituto de Tecnología de California que el pasado 19 de octubre presentó los resultados en un encuentro conjunto de la División de Ciencias Planetarias de la Sociedad Americana de Astronomía y el Congreso Europeo de Ciencias Planetarias. “Dado que estas estrellas son las más abundantes de la galaxia, estudiarlas puede ayudarnos a aprender cuán común podría ser la vida”, señala Victoria Meadows, astrónoma de la Universidad de Washington en Seattle.

De los planetas confirmados, 63 son menores que Neptuno. También podría haber unos cuantos menores que la Tierra, si bien estos últimos aún están pendientes de confirmación. Dressing, sin embargo, cree probable que se trate de «falsos positivos» debidos a otros fenómenos, como los rayos cósmicos o fallos en el instrumento.

Cinco de los candidatos confirmados se encuentran cerca o en el interior de la zona de habitabilidad de sus respectivas estrellas; la región en la que, en principio, la temperatura permitiría la existencia de agua líquida sobre la superficie de un planeta. En el sistema solar, dicha zona se halla aproximadamente entre la órbita de Venus y la de Marte. Las enanas rojas radian energía con menos intensidad que el Sol, por lo que su franja de habitabilidad está situada mucho más cerca del astro; con frecuencia, a una distancia menor que la que media entre Mercurio y el Sol. Los planetas que allí residen pasan mucho más a menudo por delante de su estrella, lo que facilita que el telescopio Kepler detecte las ligeras amortiguaciones de brillo que provocan dichos tránsitos.

El interés por las enanas rojas se debe, en parte, a las limitaciones de la misión K2: ahora el telescopio solo puede observar una misma estrella durante menos de tres meses, ya que, cumplido ese plazo, la nave debe rotar y cambiar el campo de visión. Y aunque esos constantes vaivenes plantean varios retos, suponen también una oportunidad para analizar más astros. “Es divertido estudiar un nuevo conjunto de estrellas cada 80 días”, apunta Dressing.

Christa van Laerhoven, planetóloga del Instituto Canadiense de Astrofísica Teórica, en Toronto, explica que la investigación de Dressing allanará el camino para que otras misiones futuras puedan buscar exoplanetas con tamaños similares a la Tierra. Entre tales proyectos se encuentra el Satélite para el Sondeo de Exoplanetas en Tránsito (TESS), de la NASA, cuyo lanzamiento está previsto para diciembre del año próximo.

Este artículo se publica con permiso y apareció primero el 21 de octubre de 2016. Su versión es español se publicó primero en Investigación y Ciencia.

Fuente: scientificamerican.com