Cómo una curiosa dolencia resolvió un misterio de la neurociencia

Un paciente con derrame cerebral, las neuroimágenes y las guerrillas colombianas ayudaron a resolver un debate de décadas sobre cómo el cerebro entiende las palabras.

Una mañana, tras hacer preparativos para los casos del día, “Mike Brennan”, un técnico de cardiología de 63 años de edad, se sentó a tomar su café y leer el periódico. En la portada del diario descubrió algo preocupante: ya no podía leer. Las palabras ya no tenía ningún significado para él, independientemente de cuánto tiempo se pasara mirándolas.

Dado su historial de tabaquismo e hipertensión, pensó que había tenido un accidente cerebrovascular. Dejó el café y caminó por el pasillo hacia la sala de urgencias, donde los neurólogos realizaron una serie de pruebas para averiguar qué había sucedido.

Mike podía reconocer letras individuales y, con gran dificultad, podía entender palabras cortas. Pero incluso el vocabulario más simple era problemático, por ejemplo, leía “desk” (escritorio) como “dish” (plato). Las palabras funcionales, tales como preposiciones y pronombres, eran especialmente problemáticas.

Mike no podía leer, pero no tenía ningún problema de visión. No tenía ningún problema a la hora de escuchar palabras. Podía reconocer colores, rostros y objetos. Podía hablar, moverse, pensar e incluso escribir con normalidad. Mike tenía “alexia pura”, es decir que no podía leer, pero no mostraba ningún otro impedimento.

Una resonancia magnética de su cerebro reveló que Mike tenía un derrame cerebral del tamaño de un guisante en su corteza occipital-temporal inferior izquierda, una región en la superficie del cerebro, justo detrás de la oreja izquierda.

Sus médicos llamaron al neurólogo Peter Turkeltaub, director del laboratorio de recuperación cognitiva de la Universidad de Georgetown, quién reconoció que esta era la primera vez que se observaba un caso  en el que un derrame cerebral menor causaba una alexia pura. “La alexia pura es un síndrome neurológico clásico que ha sido conocido por más de 100 años”, Turkeltaub me dijo por escrito. Había visto a muchos pacientes con esta condición a lo largo de su carrera. Sin embargo, señaló: “Este caso era inusual debido a que la alexia fue causada por un pequeño accidente cerebrovascular”, y el daño estaba en una ubicación vinculada a un debate de décadas de antigüedad en torno de la neurociencia del lenguaje.

Mike no era mi paciente, pero el derrame cerebral que tuvo en 2010, fue de gran importancia para explicar cómo el cerebro procesa la palabra escrita y yo quería analizar los detalles de su caso.

Estudios realizados en la década de 1990 habían identificado que había actividad en la corteza inferior izquierda occipital-temporal – el área que fue dañada en el accidente cerebrovascular de Mike – cuando alguien ve letras que conforman palabras con significado. Es por eso que los científicos se preguntaron si esta región ayudaba a reconocer palabras y letras a partir de los contrastes entre líneas y curvas detectados por los ojos. Bautizaron a esta zona del cerebro como “zona donde la percepción visual se convierte en palabra”.

Estos primeros hallazgos fueron emocionantes, desconcertantes, y polémicos –de esos que provocan gritos y alaridos por parte de los científicos que suelen estar tranquilos y serenos en las conferencias–. Los estudios también eran muy novedosos, recuerda el neurólogo Peter T. Fox, uno de los primeros en hacer este tipo de investigaciones sobre el lenguaje. Es por eso que muchos otros científicos dudaban de este tipo de investigaciones. “Recuerdo que recibía cartas de rechazo a mis solicitudes de financiamiento que decían ‘la activación del cerebro central no puede enseñarnos nada de nada sobre el lenguaje y por lo tanto no debería ser parte del estudio del lenguaje’”, dice Fox.

Los neurocientíficos tienen dos formas de evaluar el papel que juega un área particular del cerebro. Los médicos en la antigua Roma fueron los primeros en realizar estudios sobre los déficits causados por lesiones. Ellos se percataron de que ciertos daños en ciertas regiones del cerebro causaban déficits específicos en el comportamiento (un ejemplo de lesión-déficit: un gladiador que recibe un golpe en el lado derecho de la cabeza y pierde la capacidad de mover su mano izquierda). Los estudios de activación mediante neuroimagen funcionan a la inversa: los científicos toman nota de que parte del cerebro está activa mientras se realiza una tarea en particular, como la lectura. (En este sentido, la historia de Mike, que tenía elementos tanto de lesiones como de imágenes detectables, se encontraba en la intersección entre lo clásico y lo moderno.)

Cada método tiene fortalezas y debilidades. “Los estudios de activación muestran que ciertas regiones del cerebro se activan durante una tarea, pero no demuestran si esa activación es una condición necesaria y suficiente para realizar esa tarea”, explica Fox. “Y, sin embargo, debido a que el cerebro tiene cableado redundante, es casi imposible afirmar que un derrame cerebral en un área en particular, como la zona donde la percepción visual se convierte en palabras, es necesaria y suficiente para eliminar una función cerebral en particular”. Así que, aunque varios estudios de activación señalaban que existe un área donde las formas visuales se convierten en palabras, los neurólogos del comportamiento no estaban convencidos.

Y, como proponía un estudio crítico publicado en 2003, había varias razones para pensar que dicha región era tan solo “un mito”. Por un lado, la búsqueda misma de un “área donde la percepción visual se convierte en palabra” estaba equivocada porque era el resultado de una “personificación” de la actividad cerebral, que consiste en procesar y decodificar información visual. Las regiones del cerebro actúan como una cadena de montaje donde grupos neuronales contribuyen de forma independiente al proceso cognitivo con un remache o un ligazón para llegar a una mayor percepción. La idea de que existe un área donde las formas visuales se convierten en palabras negaba la teoría de “cadena de montaje” y en lugar de eso proponía la existencia de “solistas”.

También estaba el problema de la evolución. Debido a que la lectura es una invención cultural relativamente reciente, los seres humanos no podrían haber evolucionado para leer el texto de la misma manera que los mamíferos evolucionaron para reconocer caras –simplemente no había habido suficiente tiempo–. Esto hacía difícil creer en una estructura cerebral expresamente dedicada a la lectura.

Una década antes de que Mike sufriera el derrame, Turkeltaub había demostrado que a medida que aprende a leer, el cerebro de un niño cambia las zonas donde procesa el texto y la forma de hacerlo. Pero debido a que los niños aprenden a caminar, hablar y escribir al mismo tiempo –en otras palabras, a ser humanos– es difícil decir qué cambios cerebrales son causados por la alfabetización. Fueron necesarios varios estudios con adultos que estaban aprendiendo a leer por primera vez para llegar a una conclusión acerca del área donde las percepciones visuales se convierten en palabras.

A principios del siglo XXI, un gran grupo de guerrilleros colombianos dejó las armas y, después de luchar por décadas, se reincorporó a la sociedad. Muchos combatientes no habían recibido educación formal y empezaron a aprender a leer cuando tenían veintitantos años.

Camuflado dentro de este drama en Colombia, un grupo de neurocientíficos dirigido por Manuel Carrerias, director científico del Centro Vasco de Cognición, Cerebro y Lenguaje en España, percibió una oportunidad de estudiar cómo el aprendizaje de la lectura cambia el cerebro adulto. Junto con Catherine Price, una neurocientífica del University College de Londres, Carrerias utilizó la resonancia magnética para realizar un seguimiento de los cambios en los cerebros de exguerrilleros que estaban aprendiendo a leer. Descubrieron que había una asociación entre aprender a leer y el crecimiento de materia gris en áreas específicas del cerebro y, además, que la actividad cerebral dentro de estas regiones era coordinada más estrechamente según avanzaba la alfabetización, lo que demostraba que los cambios estructurales y funcionales ocurrían simultáneamente. De la misma forma en la que que el crecimiento en el tráfico de pasajeros lleva a que se asfalten y se amplíen las vías para que el tráfico fluya mejor, la actividad cerebral asociada con el aprendizaje de la lectura promueve el fortalecimiento de unas carreteras neuronales específicas, permitiendo que los centros neurales especializados sean más eficientes a la hora de realizar la tarea cognitiva de la lectura.

En las conclusiones que Carrerias y Price publicaron en 2009 desentramaron las redes de lectura del cerebro, pero no encontraron ninguna evidencia que apoyara la idea de que existe un área donde la percepción visual se vuelve palabra. El siguiente avance importante en este debate vino de Stanislas Dehaene, un neurocientífico del instituto francés de salud e investigación médica. En 2010, Dehaene propuso que las redes encargadas de la lectura se construyen sobre otras funciones que son más arcaicas, desde un punto de vista evolutivo. Para probar su hipótesis, Dehaene juntó  adultos analfabetos, personas que aprendieron a leer cuando eran adultos, y adultos que aprendieron a leer en la infancia.

La comparación de estos grupos, llevó a Dehaene a concluir que a medida que una persona mejora su habilidad para leer y escribir, la zona donde la percepción visual se convierte en palabra es menos sensible a otros estímulos visuales –en particular, a los rostros– y se enfoca más en la escritura. En los malos lectores, por su parte, esta área responde a palabras, rostros, formas y tableros de damas de forma indiscriminada. Como había concluido Dehaene, cuando aprendemos a leer, la corteza occipital-temporal inferior izquierda se recicla y pasa de ser un centro de reconocimiento visual en general a un centro especializado en el reconocimiento de palabras, a expensas de otras tareas.

El derrame cerebral de Mike fue la última pieza del rompecabezas: un caso de alexia pura causado únicamente por el daño en el área donde las percepciones visuales se convierten en palabras. Al igual que pasa con muchos conocimientos científicos, aún no está claro cuál es la función exacta de esta zona. Sin embargo, ya no es un mito. Y la forma en la que esta zona pasa de dedicarse al reconocimiento visual en general a especializarse en palabras sirve para recordarnos el poder del cerebro para rediseñar y adaptar procesos esenciales tanto en el aprendizaje como en la recuperación.

Gracias a la plasticidad cerebral, Mike se recuperó rápidamente. Whitney Postman, la terapeuta del habla y lenguaje de Mike, que actualmente trabaja en la Universidad de Saint Louis, diseñó una terapia específica para ayudarle a superar sus problemas con las palabras de función. Creó una terapia de “fuerza bruta” en la que Mike veía, copiaba y pronunciaba listas de vocabulario en varios contextos. “Esa es más o menos la forma en la que aprendemos a usar palabras funcionales cuando somos pequeños”, dice Postman.

Por su parte, Mike siempre ha sido un alumno muy motivado ya que solo necesitó dos sesiones con Postman. Un mes después de su accidente cerebrovascular, su lectura letra por letra había mejorado significativamente. Tres meses después ya estaba leyendo los informes de sus pacientes y los resultados de laboratorio –y el periódico de cada mañana–.

Fuente: scientificamerican.com